Después de conocer Tijuana, DF y Oaxaca en viajes previos a Méjico, ahora llegaba el turno de visitar Chiapas, Yucatán y Quintana Roo. Nuestro declarado amor por este país -y especialmente por su comida- probablemente distorsione el relato de estas crónicas en más de una ocasión pero tenemos que decir que es inevitable. Y resulta que además la experiencia de conocer Chiapas ha contribuido a reavivar esa chispa. Siempre decimos que el embrión de la idea de este sabático se remonta a nuestro primer viaje juntos a este país.
Nuestro transporte desde Guatemala nos llevó hasta San Cristóbal de las Casas. Si bien la capital del departamento es Tuxtla Gutiérrez, San Cristóbal ocupa ese lugar en lo que se refiere al turismo. Es una ciudad que alberga preciosos y coloridos ejemplos de arquitectura barroca colonial así como un ambiente bohemio y relajado que ha seducido a muchos extranjeros ahora convertidos en residentes. Tal es su poder de atracción que se le conoce también como ‘Salsipuedes de las Casas’. Como resultado de esa invasión han florecido numerosos negocios de hostelería y restauración regentados por extranjeros y orientados a ofrecer entornos de confort al turista. No por ello pierde magia la localidad, pero evidentemente ha elevado el coste de vida de los residentes.
Aprovechamos nuestra estancia en San Cristóbal para quedar a merendar con Miguel -nuestro compañero en la subida al Acatenango- y su novia, Oriana. Muchas de las decisiones que hemos tomado durante la visita a esta parte de Méjico vienen condicionadas por sus consejos. Aunque ellos tienen otro concepto de viaje entre manos –podéis leer más en su blog– compartimos muchos puntos de vista respecto a la experiencia del viaje.
De entre los tours que se pueden realizar en los alrededores cabe destacar el del Cañón del Sumidero, una especie de versión XL de las hoces del Duratón. El recorrido en barco por el río Grijalva cuenta con el aliciente de poder divisar cocodrilos y monos araña alrededor del parque. Los muros del cañón, que llegan a tener un kilómetro de altura en su punto más alto, son también la imagen del escudo del departamento.
En nuestro camino hacia Yucatán decidimos hacer una breve escala en Ocosingo para visitar las ruinas de Toniná. Se trata de una parada menos popular dentro del circuito turístico de la zona pero muy auténtica. Tanto es así que no hay ni transporte público hasta allí y compartimos un taxi de ida y vuelta con una pareja del DF para poder acceder al sitio. Prácticamente todos los restos de la antigua ciudad maya de Toniná que se conservan están agrupados en una misma zona y desde el punto más alto de su pirámide se divisa todo el valle. Este territorio estaba dominado hace alrededor de 20 años por el Frente Zapatista de Liberación Nacional y aún se palpa cierta tensión separatista en sus poblaciones que se manifiesta tanto en su cartelería como a través de numerosos controles por parte de la policía de la república. También es una zona próxima a tierras habitadas por los Lacandones por lo que el indigenismo tiene una fuerte presencia e influencia tanto en la lengua (Tzeltal, Tzotzil, Chol o Zoque) como en las costumbres.
Palenque es otro de los puntos destacados en cualquier guía. Sus ruinas mayas son las más célebres del estado y eso se refleja descaradamente en el número de turistas que las visitan a diario. Aunque muchas de las opciones de alojamiento se ubican alrededor de éstas, nosotros optamos por quedarnos en el pueblo para tener más opciones de ocio y restauración. Tuvimos la suerte de encontrar una taberna oaxaqueña en la que volver a disfrutar de tlayudas y mole negro. ¡Llevábamos dos años fantaseando con repetir esa experiencia! También nos inflamos a tacos de todos los gustos y colores durante los dos días que permanecimos allí.
El conjunto arqueológico de Palenque es importante y se conserva relativamente bien pero al igual que ocurre en Tikal, gran parte del encanto de estas ruinas reside en su entorno selvático. Existe un sendero eco-turístico alrededor de las mismas que merece la pena recorrer y que explica, en parte, la construcción hace más de diez siglos de una ciudad maya en esta localización.
La zona arqueológica no fue lo único que visitamos en Palenque. También nos aventuramos a conocer las cascadas del pueblo de Roberto Barrios. Llegamos a la atracción un par de horas antes de que lo hicieran los tours y durante ese tiempo nos sentimos como los protagonistas de ‘El Lago Azul’. En los alrededores del pueblo hay otras opciones de visitas a cascadas o lagos pero nos fiamos de las recomendaciones y acabamos disfrutando como niños.